Cualquier persona que viva, trabaje o haya visitado el Distrito Federal sabe que uno de los problemas que más nos afecta a los habitantes de esta ciudad es el tráfico. No solo nos hace perder valioso tiempo sino que genera una enorme cantidad de estrés entre los ya de por sí estresados capitalinos.
Me queda muy claro que gran parte del problema es ocasionado por pésimos gobiernos que no son capaces de brindarnos servicios públicos de calidad, tales como calles bien pavimentadas (y bien trazadas), semáforos sincronizados, policías de tránsito competentes, etc. Sin embargo, hay otro factor importantísimo que rara vez tomamos en cuenta: nosotros mismos. Es nacionalmente conocido que los chilangos somos unos cafres. Somos una amenaza al volante. Basta con salir a la carretera y encontrarte con los típicos conductores que van a exceso de velocidad, rebasando por la derecha, echando las luces y ver sus placas del D.F. para comprobar este hecho.
¿A qué se debe este salvajismo sobre ruedas? Se debe a esa actitud de que yo soy primero, yo tengo prisa, yo voy tarde, yo tengo preferencia, yo, yo y yo. Párense en cualquier cruce conflictivo y verán esta actitud reflejada en los que se pasan un alto (pero nada más porque yo voy tarde), los que no ceden el paso (porque si no, yo no llego), los que avientan el carro (porque cómo me estorban los demás). Es increíble que dejes pasar a alguien y el de atrás te empiece a mentar la madre. ¿Cómo se te ocurre ser cortés si el que viene atrás tiene tanta prisa? Digo, ese medio metro que avanza seguro lo hará llegar a tiempo a la cita para la cual salió tarde de su casa.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esa actitud con que haya tráfico? Tiene mucho que ver. Fíjense nada más en los puntos donde se genera tráfico. Por ejemplo, en un cruce donde la gente no alcanza a llegar al otro lado (por la razón que sea), todos se abalanzan aunque eso implique que el cambio del semáforo los deje a la mitad bloqueando el paso de los demás. Si la gente fuera prudente y, al ver que los de adelante no están avanzando, se detuviera antes para no bloquear, qué diferencia tan enorme harían. Si en los cruces en los que no hay semáforo la gente se comportara civilizadamente y privilegiara el “uno y uno” (no el “uno por uno” que dice en los letreros del centro de Tlalpan… como si cupiera más de uno en las calles estrechas de la zona) cuánto caos evitaríamos. Si la gente no estuviera siempre buscando su propio provecho, nuestras calles serían mucho más fluidas. No se acabaría el tráfico pero se evitaría en muchas zonas donde no debería de haberlo. No se acabaría pero seguro se reduciría el tiempo que tardamos en llegar de un lado a otro. Quizá no mucho, pero unos minutos menos de trayecto significan unos minutos más que podemos aprovechar.
Si todos hiciéramos conciencia de que somos sólo una parte de un “mecanismo” (por hacer una analogía) y que nuestra cooperación y cortesía beneficia al buen funcionamiento del todo (y por ende beneficiándonos a nosotros mismos) cuánto cambio lograríamos. En ese momento ya podríamos ir y, con toda la fuerza moral, exigirle al gobierno buenos servicios viales.
Lo que más me preocupa del asunto es que esta actitud que es tan negativa para el tráfico se considere la mejor para la economía…
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